De repente
Carmen Gloria sintió su cuerpo empapado.
Uno de los militares estaba rociando su cuerpo con gasolina, de pies a
cabeza. Ella se sorprendió, y ni por un instante se imaginó lo que le
iban a hacer.
“Sabía que en mi país degollaban, mataban, que desaparecía gente, que torturaban, pero jamás pensé que me fueran a quemar”,
confesaría después. En ese momento quiso creer, para darse ánimo, que
pronto pasaría todo y que llegaría a su casa a bañarse y quitarse de
encima ese líquido que ardía. Hasta les pidió a los hombres que tuvieran
cuidado, porque le estaba entrando a la boca.
-
Pobre güevona, le está entrando a la boca -oyó que decía con sorna uno de ellos, y que los cuatro se reían.
Le arrojaron algo, que a ella le pareció una botella. La explosión la
lanzó al suelo, y vio todo su cuerpo en llamas. Quedó unos segundos
perpleja, paralizada de horror, viéndose a sí misma arder.
Inmediatamente corrió para un lado y otro, se refregó contra el suelo,
trato de apagarse el pelo con las manos, hasta que perdió el
conocimiento.
No supo cuánto tiempo después, ya semiconsciente, se dio cuenta que
la envolvían en una frazada y que la arrojaban, como un bulto, arriba de
un vehículo.
Sintió gente que le pasaba por encima, pisándola, y se desvaneció de
nuevo. Cuando algo la despertó, estaba muy lejos de allí, tirada en un
hoyo. Era la voz de
Rodrigo, el fotógrafo:
-
Vamos a un hospital -le decía-.
Tenemos que buscar ayuda.
Ella abrió los ojos y se sobresaltó, porque vio un monstruo tendido a
su lado. El muchacho tenía toda la cara cubierta por quemaduras rojas y
negras, los labios calcinados y retorcidos, los ojos muy saltados, sin
párpados, y la cabeza en carne viva, sin pelo.
Carmen Gloria pensó que así debía estar ella también.
-
¡Mira! -le susurró, con el hilo de voz que le salió de la garganta-.
Mira lo que nos hicieron los desgraciados".
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