lunes, 6 de abril de 2015

Poemario de Gabriela Mistral.

Desolación.


La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde 
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. 
La tierra a la que vine no tiene primavera: 
tiene su noche larga que cual madre me esconde. 

El viento hace a mi casa su ronda de sollozos 
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. 
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, 
miro morir intensos ocasos dolorosos. 

¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido 
si más lejos que ella sólo fueron los muertos? 
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto 
crecer entre sus brazos y los brazos queridos! 

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto 
vienen de tierras donde no están los que no son míos; 
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos 
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos. 

Y la interrogación que sube a mi garganta 
al mirarlos pasar, me desciende, vencida: 
hablan extrañas lenguas y no la conmovida 
lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta. 

Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; 
miro crecer la niebla como el agonizante, 
y por no enloquecer no encuentro los instantes, 
porque la noche larga ahora tan solo empieza. 

Miro el llano extasiado y recojo su duelo, 
que viene para ver los paisajes mortales. 
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales: 
¡siempre será su albura bajando de los cielos! 

Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada 
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; 
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, 
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.

                              ***

Dame la mano


Dame la mano y danzaremos; 
dame la mano y me amarás. 
Como una sola flor seremos, 
como una flor, y nada más... 

El mismo verso cantaremos, 
al mismo paso bailarás. 
Como una espiga ondularemos, 
como una espiga, y nada más. 

Te llamas Rosa y yo Esperanza; 
pero tu nombre olvidarás, 
porque seremos una danza 
en la colina y nada más...


                              ***

Ruth





Ruth moabita a espigar va a las eras, 
aunque no tiene ni un campo mezquino. 
Piensa que es Dios dueño de las praderas 
y que ella espiga en un predio divino. 

El sol caldeo su espalda acuchilla, 
baña terrible su dorso inclinado; 
arde de fiebre su leve mejilla, 
y la fatiga le rinde el costado. 

Booz se ha sentado en la parva abundosa. 
El trigal es una onda infinita, 
desde la sierra hasta donde él reposa, 

que la albundancia ha cegado el camino... 
¡Y en la onda de oro la Ruth moabita 
viene, espigando, a encontrar su destino! 

II 

Booz miró a Ruth, y a los recolectadores 
dijo: «Dejad que recoja confiada...» 
Y sonrieron los espigadores, 
viendo del viejo la absorta mirada... 

Eran sus barbas dos sendas de flores, 
su ojo dulzura, reposo el semblante; 
su voz pasaba de alcor en alcores, 
pero podía dormir a un infante... 

Ruth lo miró de la planta a la frente, 
y fue sus ojos saciados bajando, 
como el que bebe en inmensa corriente... 

Al regresar a la aldea, los mozos 
que ella encontró la miraron temblando. 
Pero en su sueño Booz fue su esposo... 

III 

Y aquella noche el patriarca en la era 
viendo los astros que laten de anhelo, 
recordó aquello que a Abraham prometiera 
Jehová: más hijos que estrellas dio al cielo. 

Y suspiró por su lecho baldío, 
rezó llorando, e hizo sitio en la almohada 
para la que, como baja el rocío, 
hacia él vendría en la noche callada. 

Ruth vio en los astros los ojos con llanto 
de Booz llamándola, y estremecida, 
dejó su lecho, y se fue por el campo... 

Dormía el justo, hecho paz y belleza. 
Ruth, más callada que espiga vencida, 
puso en el pecho de Booz su cabeza.



                              ***

La tierra y la mujer



Mientras tiene luz el mundo 
y despierto está mi niño, 
por encima de su cara, 
todo es un hacerse guiños. 

Guiños le hace la alameda 
con sus dedos amarillos, 
y tras de ella vienen nubes 
en piruetas de cabritos... 

La cigarra, al mediodía, 
con el frote le hace guiño, 
y la maña de la brisa 
guiña con su pañalito. 

Al venir la noche hace 
guiño socarrón el grillo, 
y en saliendo las estrellas, 
me le harán sus santos guiños... 

Yo le digo a la otra Madre, 
a la llena de caminos: 
"¡Haz que duerma tu pequeño 
para que se duerma el mío!". 

Y la muy consentidora, 
la rayada de caminos, 
me contesta: «¡Duerme al tuyo 
para que se duerma el mío!».



                              ***

La maestra rural



La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía, 
«de este predio, que es predio de Jesús, 
han de conservar puros los ojos y las manos, 
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».

La Maestra era pobre. Su reino no es humano. 
(Así en el doloroso sembrador de Israel.) 
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano 
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida! 
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad. 
Por sobre la sandalia rota y enrojecida, 
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso, 
largamente abrevaba sus tigres el dolor! 
Los hierros que le abrieron el pecho generoso 
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía 
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor 
del lucero cautivo que en sus carnes ardía: 
pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste 
su nombre a un comentario brutal o baladí? 
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste 
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva, 
abriendo surcos donde alojar perfección. 
La albada de virtudes de que lento se nieva 
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida 
el día en que la muerte la convidó a partir. 
Pensando en que su madre la esperaba dormida, 
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna; 
almohada de sus sienes, una constelación; 
canta el Padre para ella sus canciones de cuna 
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha 
para volcar aljófares sobre la humanidad; 
y era su vida humana la dilatada brecha 
que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta 
púrpura de rosales de violento llamear. 
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las 
plantas del que huella sus huesos, al pasar!


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